viernes, 9 de octubre de 2015

Aprender del riesgo

Al parecer esto de tomar riesgos es un entrenamiento, siempre cuesta pero cada vez menos. Sigue dando vértigo pero es posible aprender a conocerse lo suficiente como para anticipar esas reacciones mentales, corporales, y actitudinales que intentan protegernos y alejarnos del peligro. Es como que te vas familiarizando con tus propios mecanismos de defensa que se activan automáticamente cada vez que se te ocurre una idea "loca": cambiar, hacer, soltar.

La duda, el miedo, la pereza, el criterio de lo conveniente o rentable, la necesidad de controlar todas las variables. Te trancan, te pesan, te paralizan, te hacen olvidar de lo que en verdad querés, eso que motivó primeramente tu idea loca. ¿Y si pierdo? ¿y si sale mal? ¿y si termino lastimada? ¿y si me doy cuenta que estaba equivocada?

Sí, claro, todo eso puede pasar, o no. Suponete que sucede, que te equivocás, sufrís, te sale mal. ¿Y qué? ¿qué hay con eso? ¿Qué pasa?....NADA. La vida sigue. Duele, sí; te sentís horrible, sí; sentís que fracasaste, sí. Es posible incluso que esos sentimientos se prolonguen en el tiempo y que sea muy difícil sacártelos de encima. Ya lo sé, no estoy tratando de decir esa tontería de "tranquilo, mañana el sol volverá a salir", como si eso hubiera consolado a alguien alguna vez. No soy tan ingenua. De lo que se trata es de aprender varias cosas de la experiencia de arriesgarse.

Primero que nada: arriesgarse no es lo mismo que ser negligente. Sí, muy lindo saltar al vacío, pero tampoco la pavada. Pensar, darle vueltas adentro de uno mismo, chequear qué sentimientos o sensaciones aparecen adentro cuando nos imaginamos haciendo tal cosa, y qué pasa si me imagino no haciéndolo. Si todo en mí grita que es una estupidez, seguramente lo sea. Si todo parece indicar que va a salir mal, seguramente no sea buena idea y va a ser mejor que le busque la vuelta hasta que la idea cierre mejor. Pero si honestamente no tengo dudas de que eso es lo que quiero hacer, entonces debería hacerlo. Al menos por una cuestión de fidelidad con uno mismo.

Segundo: que sea un riesgo asumido con alegría y convicción no asegura la falta de dificultades ni dolores. Si lo que usted quiere es no tener problemas, entonces no se arriesgue. Pero si lo que usted tiene es una causa, una motivación de esas que vale la pena, vaya preparado para la pena. Si lo vale lo vale, esa es una parte de la historia. La otra parte es que puede costar, incluso no funcionar como lo había previsto. Si no está preparado para la pena, entonces no se mienta y admita que no vale tanto.

Tercero: para tomar riesgos hay que ser valiente. Pero valiente no es el que no siente miedo, es el que se muere de miedo y aún así va para adelante. Ese que no tiene casi certezas, tiene mil preguntas, le tiemblan las rodillitas cuando intenta dar un paso, es totalmente consciente de su condición, pero sigue adelante. Como puede, con lo que tiene, pero sigue.

Cuarto: cuando se toma una decisión hay que hacerse cargo. Eso de elegir saltar y después  echarle la culpa a otro no vale. Hacerse cargo es ser responsable y consecuente.

Quinto: es fundamental aprender de lo vivido. Pasar por la experiencia de arriesgarse sin la disposición para aprender es una pérdida de tiempo. La acción o la opción tomada es importante en sí misma, pero lo que la vuelve más valiosa es el significado que para cada uno tiene. Por lo tanto, si el valor es relativo a cómo yo lo significo, entonces tengo la posibilidad de sacarle todo el jugo que quiera. Puedo trascender al salto en sí, reciclando la experiencia como una oportunidad de la cual aprendí. 

Si después de pasar por la experiencia de asumir riesgos usted fue capaz de al menos ir percibiendo e incorporando alguna de estas cosas, le aseguro que para la próxima será más fácil. No se trata de un manual para seguir paso a paso, se trata de un proceso, de ir haciendo experiencia de a poco. El aprendizaje es lo que nos permite volver a atrevernos pero costando un poquito menos.

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