domingo, 21 de junio de 2015

Parecido no es lo mismo: idéntico.


La primera vez que viajé fuera del país lo hice sola. Entre muchas cosas que la gente me decía, mi madre y mi tía se empeñaban en recomendarme que debía cuidar el pasaporte como lo más sagrado. Me repetían una y otra vez que el pasaporte lo tuviera siempre conmigo, que lo cuidara con mi vida y que no me separe de él ni para ir al baño. Como ellas eran experimentadas en esto de tomar aviones y cruzar fronteras, yo las escuchaba e intentaba retener toda la información que me daban para evitar cualquier inconveniente que en el trayecto se me pudiera presentar. Según como ellas me lo presentaban el pasaporte iba a ser mi primer y último recurso ante momentos de dificultad. 


Los momentos de dificultad a los que se referían se podían presentar principalmente en el aeropuerto, donde varios funcionarios y policías de migraciones revisarían mi documento e intentarían establecer rápidamente su autenticidad y los motivos por los que yo quería ingresar a su país. Resulta que sobre todo les preocupaba que tuviera intenciones de quedarme en su país. Un ratito sí, instalarme no. 

Entre los datos que evalúan para permitir el ingreso o no, es tu país de origen; dependiendo de cuál sea se necesita una autorización expresa del consulado que avala las intenciones de regresar al lugar de origen, y si no es por turismo se tiene que declarar el motivo del viaje. En mi caso llevaba la visa de estudiante porque iba a quedarme más de tres meses estudiando en el país, pero además debía demostrar dónde me iba a alojar y con qué dinero me iba a mantener. En algunos casos incluso piden una carta de invitación de alguien que resida en el país y que responda por vos.

Cuál es tu origen, cuáles son tus intenciones, qué recursos tenés, quién te conoce y responde por vos, tu nombre, tu edad, de dónde venís y hacia dónde vas. Es todo lo que quieren saber. ¿Para qué? Para conocer tu identidad. El pasaporte es un documento de identidad y eso es lo que en un aeropuerto te define, te clasifica y te permite o no seguir adelante.

En definitiva mi madre y mi tía me prevenía de lo importante que era conservar mi identidad. En este caso mi identidad me daría libertades, accesos, seguridad, básicamente haría la diferencia entre ser alguien y ser nadie, entre ser aceptada y ser rechazada.


¿Cuál es la diferencia entre un turista y un vagabundo? La identidad. Cada uno construye su identidad sobre algunas nociones que nos parecen importantes, nos dan un lugar en el mundo respecto a otros, hablan de nosotros y nos hacen únicos. Pero, tal como ocurre en el aeropuerto, la identidad necesita ser validada por otros, tiene sentido si alguien más puede distinguirme de entre la muchedumbre, si puede asignarme características, reconocerme por mis méritos y finalmente nombrarme. Como me decía mi padre “no alcanza con ser, hay que parecer”. Los vagabundos son personas que perdieron el reconocimiento de los otros, no sabemos sus nombres ni sus historias.

La identidad se construye entonces solo a partir de su doble condición: la auto-definición y el reconocimiento de otros. Pensemos en las consecuencias que puede tener en la vida de las personas no tener una identidad definida. Personas donde la autodefinición no coincide con lo que otros dicen de ellos o les reconocen (migrantes cuyos estudios no son validados, ciudadanías negadas), situaciones de desarraigo de comunidades, grupos, círculos sociales. Se me ocurre pensar en aquellas personas que crecen sin saber quiénes son sus padres, sin conocer su historia familiar, por qué tienen el nombre que tienen. Andar por ahí con la identidad desdibujada hace que uno se sienta ajeno a sí mismo y agarrado a nada. Al final, mi madre y mi tía, sabían de qué hablaban.

domingo, 7 de junio de 2015

El mal del Super Héroe


En principio todos queremos a los super héroes, por algo son héroes. Arriesgan sus vidas para salvar las de otros, se esfuerzan al máximo para pelear contra los males de este mundo y rescatar a los débiles que están en peligro porque si no fuera por ellos terminarían mal. Todo eso es cierto, pero no lo es todo. 

Miremos la misma situación desde otro punto de vista y hagamos la siguiente lectura: los héroes se meten sin que nadie los invite, aparecen de repente en un lugar, interpretan la escena y rápidamente deciden quién es el bueno y quién es el malo, a quién hay que salvar y de qué. Sinceramente para mi ese sería otro súper poder, porque en la vida real eso de juzgar y sacar conclusiones rápidas no me resulta tan fácil. Por lo general cuando lo hago me equivoco, decido por alguien y termino metiendo la pata.

Si cualquiera se metiera así en mi vida, apareciera de repente sin ser invitado, y se tomara la atribución de decidir por mi lo que me hace bien o mal, lo que me conviene hacer y lo que no, y con toda seguridad dijera lo que es es bueno para mi, lo tomaría como un atrevido y metiche. Seamos honestos, ninguno de nosotros en su sano juicio aceptaría tranquilamente que otro se haga el súper héroe y se meta en nuestras opciones de vida.
Primer error del héroe: cree que sabe lo que es mejor para los demás.

Pero a Superman le perdonamos todo. Tanto que a veces lo imitamos, nos hacemos los héroes y creemos saber mejor que los demás lo que les conviene. Porque pobrecito es ignorante, pobrecita está sola, es frágil, vulnerable, no tiene herramientas, está excluido, no tiene oportunidades en la vida. 

¿Les suena esto? ¿Lo han escuchado alguna vez? Y lo que es más importante, ¿lo han dicho alguna vez? A quienes alguna vez hemos dedicado al menos media neurona, algunos minutos y un poquito de sensibilidad para darle algo propio a otro, eso se nos pasó por la cabeza. Porque cuando damos algo nos sentimos bien con nosotros mismos, el ego se regocija y sentimos que valemos. Es cierto, ciertamente valemos y mucho, tanto más si estamos dispuestos a desprendernos de algo propio para compartirlo. ¿Pero dónde queda el otro en todo esto? ¿Dónde queda el valor de ese otro que recibe de nosotros algo que muchas veces ni siquiera pidió? ¿estamos dispuestos a recibir? Más bien yo diría que la mayoría de las veces nos sorprendemos cuando nos ofrecen ayuda o comparten con nosotros un pedazo de torta dulce.

Segundo error del héroe: desconoce que los otros también tienen algo para dar, también son valiosos. 

Probemos de nuevo hacer una lectura distinta y mirar más allá: el héroe llega a la escena, rescata a una víctima pero nadie lo llamó; ¿por qué está ahí? Porque quiere.
Cuando nos hacemos los héroes lo elegimos, siempre es una opción que tomamos. Nadie nos obliga, ni siquiera la terrible circunstancia de estar frente a una injusticia. Claro que apremia, que presiona, que angustia y moviliza, pero siempre tengo la opción de intervenir o de quedarme en el molde, y si intervengo elijo el cómo y cuánto. Decidimos renunciar a nuestra comodidad, decidimos asumir responsabilidades que en principio no nos corresponden, decidimos trabajar gratis, dormir menos, comer mal, rendir al 101%. Y aunque nos estemos acercando a la vida de un mártir la renuncia y esfuerzo tiene sentido, nos reconforta y dignifica como personas porque es una opción que cada uno hace respecto a cómo gastar la vida. Por eso nos sentimos bien.

Tercer error del héroe: no sabe que el otro también se dignifica cuando decide, también puede elegir qué hacer con su vida; y tengo noticias, es altamente probable que elija algo con lo que nosotros no estamos de acuerdo.