sábado, 17 de diciembre de 2016

Cayó la ficha

Cuando te cae la ficha ya no hay vuelta atrás. Cayó y cayó para siempre. Pero además es imposible ignorarla, no podés mirar para otro lado y hacerte el distraído.
La ficha es poderosa y te ilumina una situación, una relación, una verdad. De repente todo tiene sentido y hasta se te dibuja una sonrisa en la cara. "¡Claro!" decís, "¿Cómo no me di cuenta antes?!" La cebecita ató cabos y ya no se pueden desatar.

En ese momento de comprensión podés estar seguro que nunca más vas a volver a donde estabas ni vas a repetir lo que hasta ese momento hacías sin discusión. Cuando te llega ese momento es porque aprendiste una lección muy valiosa para vos y creciste un poquito, o muchito, depende.

Pero cuando la ficha no cae, cuando ese darse cuenta tarda en llegar... ahí es distitno. Pueden haber diferentes grados entre la ignorancia total hasta el "lo sé pero no sé cómo", y en cualquiera de esos estados seguramente te vuelvas a equivocar en lo mismo, tomes las mismas decisiones equivocadas, te enojes y llores por las mismas penas. Y sabés que este lugar es muy parecido al del mes pasado cuando te enojaste por lo mismo; y sabés que estás haciendo la misma burrada, respondiendo de la misma manera, lo sabés muy bien. Todos lo sabemos. Pero sin embargo, ahí estás, como un perejil, con la figurita repetida en la mano, enojado contigo y sin saber cómo soltarla para agarrar una distinta y nueva.

La buena noticia es que hay opciones. La mala es que seguramente necesites más paciencia de la que crees. La opción es no mirar para otro lado cuando lo repetido vuelve, no aceptarlo como inevitable, poder imaginar escenarios distintos que al pensarlos los sientas liviano. No hay por qué conformarse, ni condenarse, hay que rebelarse. La paciencia la vas a necesitar contigo mismo/a para no machacarte los dedos cuando vuelvas a cometer el mismo error. Porque resulta que puede llevar su tiempo, mucho o poco depende de cada uno, pero tarde o temprano la ficha cae, y en ese momento todo cobra sentido.

miércoles, 19 de octubre de 2016

Crear en acción

Cada tanto me ataca la imparable necesidad de pensar y saber sobre la creatividad. Me inquieta entender qué es, cómo funciona, por qué a veces se pone en marcha y otras veces parece que tuviera el cerebro seco. En esos momentos en que me ataca la curiosidad entro en una especie de estado de "consumo" de textos, audios, conferencias, reflexiones y videos de otra gen te que se hizo las mismas preguntas antes que yo y tuvo la deferencia de publicar sus hallazgos e ideas.




Una de las primeras cosas que me llama la atención es que la gente que se hizo esas preguntas antes, llega a ella y sus respuestas desde lugares muy diversos. Hay artistas, psicólogos, neurocientíficos, especialistas del marketing y la publicidad, del mundo del emprendedurismo empresarial y esos que hablan sobre cómo motivar a tus empleados. Habrá otros, pero mayoritariamente son esos con los que me he cruzado. De todos esos discursos y aportes que fui encontrando pude sacar algunas ideas en claro que me han ayudado a entender un poquito más, y calmarme los nervios.

Voy a compartir algunas cosas importantes sobre la creatividad que sería bueno que tuviéramos más presente:

  • La creatividad es una capacidad que todas las personas tenemos. Repito: TODAS. Aquello de que la creatividad es cosa de artistas, o que no soy una persona creativa porque no sé ni dibujar una casita, no corre.

  • La creatividad se desarrolla, y esto tiene que ver con lo anterior. Puedo estar más o menos estimulado o motivado a desarrollar la creatividad, pero siempre hay capacidad creativa dispuesta a expandirse tanto como estemos dispuestos. (Hay esperanzas para todos). 

  • Existen diferentes tipos de creatividad, las cuales dependen de los estímulos que reciba para desarrollarla. Es decir, cuanto más en contacto esté con el mundo de las artes plásticas, más voy a desarrollar mi capacidad creativa vinculada a esa área; pero si por el contrario practico un deporte o bailo frecuentemente, seguramente invente pasos o jugadas originales. (Fijate lo que hacés más seguido en tu vida, y con lo que nunca o casi nunca tomás contacto). 

  • La creatividad es la capacidad de realizar nuevas conexiones entre elementos ya conocidos. Parece ser que el cerebro intenta ahorrar energía y esfuerzo intentando simplificar y automatizar las cosas de la vida diaria. Así, podemos anticipar cosas como que las puertas se abren todas más o menos igual y para el mismo lado, que las tazas tienen asa y los vasos no, o que si viene el ómnibus me tengo que arrimar al borde de la vereda y levantar un bracito para que pare y me abra la puerta. El cerebro, por suerte, naturaliza esto y no nos sorprendemos a cada segundo que vemos volar una hoja de otoño. ¿Pues bien, qué hace el cerebro cuando se pone creativo? Básicamente conecta TAZA - VASO - ASA e inventa la jarra de cerveza. El cerebro de la señora que la creó estaba buscando la manera de beber más cerveza sin andar recargando tan seguido, entonces toma lo conocido, lo relaciona de nuevas maneras y crea algo distinto. Probablemente no sea tan lineal ni exacto como lo estoy explicando pero se entiende la idea. 

  • La creatividad surge de una necesidad, búsqueda o pregunta. Como se sugiere en la anterior explicación la señora tenía una necesidad que la motivaba, algo de su realidad que la inquietaba y quería resolver. La ciencia, la filosofía, la manera en que un docente planifica y dicta su clase, la solución que encuentra un sanitario para reparar un caño de difícil acceso, son respuestas creativas a preguntas y necesidades. Si la creatividad surge de una motivación, la respuesta es movimiento, es acción. 

  • La creatividad es lo opuesto a la pasividad, al conformismo, a la apatía; más bien necesita miradas críticas y extrañas ante lo conocido. El pensamiento es entonces la primera acción que desencadena en búsqueda, esfuerzo, pruebas, ensayos, observaciones, tesis, enunciados, disparates, respuestas locas. Crear, ser creativos, requiere esfuerzo, trabajo, dedicación. La inspiración como ese rayo que te llega de la nada e ilumina tu mente perdida existe, pero como dijo Picasso (o como dicen que dijo porque yo no lo escuché) te tiene que encontrar trabajando.

Para mi enterarme de todo esto fue tranquilizador porque me di cuenta del potencial que tenemos todos para mejorar nuestras vidas, individual y comunitariamente. Es más, me parece que es una cuestión de responsabilidad promover y desarrollar la creatividad en todos los ámbitos y momentos de la vida, y no solo a los niños chiquitos dejándolos jugar con plasticina. 

Ojalá nos animemos más a ser creativos, a probar, a ensayar, a no conformarnos ni a frustrarnos con los intentos fallidos, de esos hay que aprender. Ojalá empecemos a desarrollar todo nuestro potencial creativo para encontrar soluciones nuevas a problemas viejos, de esos a los que parece que nos estamos acostumbrando.

viernes, 15 de julio de 2016

Primer acto

Primer acto

Se sube el telón.

Persona 1: entra, saluda, se sienta y cuenta. Fantasea, se entrevera, confunde, me confunde, miente, nombra personas, ministros, políticos. Pregunta, habla, no escucha, no entiende, no tiene para comer. Pide ayuda, me mira, no tengo ayuda. Se va.

Persona 2: entra, saluda, se sienta, llora. Relata, me explica, se justifica y lo justifica, por él, por ella, por los niños. No es la primera vez que pasa, hace años que sucede, pero esta va a ser la última; o una de las últimas. O una más entre muchas otras. Llora, me mira, se angustia, me pide ayuda, sabe mejor que yo lo que tiene que hacer, pero no sabe cómo. No quiere. Lo quiere, por los gurises, porque sea la última vez. ¿Y después? Se va.

Persona 3: entra, saluda, se sienta, no sabe lo que quiere. Apenas puede hablar, apenas sí sabe. Escucho, pregunto, interpreto, no entiendo, me confunde. Intenta, se ríe de nervios, le da vergüenza, no sabe leer. Una vez fue a la escuela, se acuerda que iba con la hermana, pero de eso hace ya mucho tiempo, ahora no tiene trabajo. Tiene cuatro niños, el mayor pasó al liceo pero no lo puede ayudar. Me pide ayuda para comunicarse por teléfono porque cuando habló con el empleado de la oficina pública no entendió lo que le dijo. 

Persona 4: entra, no saluda, se queda de pie, está nervioso. Mira para todos lados, busca algo con la mirada, me estudia y empieza a hablar. Pide información, sensilla, común, pero él no es común, la información no es para él. Le explico, le pregunto, se distrae, me pongo nerviosa, me asusta. Intento que se vaya rápido. Se va.

Persona 5: entran, son tres, una es apenas bebé. No saben dónde están, no saben a dónde fueron, ni con quién hablan, pero ahí están. Nervios, vergüenza, piden ayuda: no tienen a dónde ir. Las veo, las escucho, son muy jóvenes, me asombran. Pregunto, me cuentan más, voy entendiendo, me preocupan. Lloran. Son frágiles, las veo, y soy frágil. Me aguanto, pienso qué hay para hacer, qué puedo decir, qué oportunidades hay. Casi nada. Se van.

Ahí me quedo, respiro hondo y espero a la persona 6.


miércoles, 13 de enero de 2016

Dame un motivo.

Dame un motivo y me muero de la risa. Te juro que me río, mucho, fuerte, arrugando la cara y hasta con lágrimas en los ojos. Me río, pero dame un motivo. Un chiste, una pavada, un comentario ocurrente dicho en el momento justo, lo que sea para que yo me ría. Pero tenés que hacerlo, tenés que darme un motivo. Porque no puedo hacer todo, no puedo ser la que hace la morisqueta y también la que se ríe hasta que le duele la panza. Alguna vez puede ser que me haga reír a mi misma, pero no es lo mismo. Cuando vos me hacés reír es mucho mejor, a mi la risa me sale auténtica y vos te sentís satisfecho de verdad. Esas veces somos como un equipo donde cada uno asume su parte y no podemos hacerlo uno sin el otro. Esas veces son cada vez menos, yo me río cada vez menos y vos casi no me das motivos. Cada tanto cambiamos los lugares para no aburrirnos y porque así nos sale; pero no debo ser muy graciosa porque vos no te reís, al menos no tanto como esperaba.


Últimamente tuve muchas ganas de reírme pero no tenía algo que me hiciera gracia, miré para el costado a ver si te veía cerca, quería pedirte un motivo pero no estabas. Te busqué, pero cuando te encontré no querías hacerme reír, no te interesaba. Se ve que ya no te entusiasmaba comprobar cuánto tiempo pasaba hasta que la primera lágrima aparecía en mi ojo derecho que es el primero en llorar según me dijiste un día. Aquella confianza que te daba hacerme apenas sonreír de repente ya no era tan importante.

Mi mamá me decía cuando era chica que la risa desopila el hígado. Nunca tuve muy claro qué significaba pero, para que te hagas una idea, es como oxigenar el alma. Hace bien. Por eso nunca tuve miedo de reírme, sino todo lo contrario. Por eso me desconcierto cuando mirándote de frente encuentro el miedo en tus ojos y la duda en tu voz. Ojalá todavía quieras reírte, ojalá el miedo y la cautela no te hayan hecho preferir el silencio y la soledad. Ojalá pueda darte yo motivos para animarte a reír. Algún chiste sin contar todavía me queda, aún puedo ponerme la nariz de payaso.  Pero dame un motivo para hacerlo, porque la payasada sin risa es simple ridículo.

jueves, 29 de octubre de 2015

Francamente querida...

-Tu problema Cami, es que nada te da igual.

Palabra más, palabra menos algo así fue que me dijo mi amiga un día que yo le contaba mis angustias y preocupaciones sobre vaya uno a saber qué tema. Fue rotunda en su declaración y terriblemente certera. Ahí estaba yo, soltando un montón de argumentos y explicaciones que justificaban mi mal estar, desconformidad y probablemente hastío, como tantas otras veces habíamos hecho las dos. Pero ese día, cuando la escuché decirme que mi problema era que nada me era indiferente fue como haber puesto el freno de mano de repente. Me quedé pasmada ante semejante revelación: ese es mi problema. Y me reí, mucho.

Hasta ese momento había pensado que esa era mi virtud, una de ellas por cierto. Creía que preocuparme y comprometerme con cuanta causa justa se me atravesara era un valor, y que las injusticias debían ser denunciadas sin excepción. Así las penas ajenas muchas veces terminaban siendo propias, las preocupaciones y problemas de los demás eran asuntos que, en mayor o menor medida, terminaba pensando cómo solucionarlos o al menos cómo ayudar.

Error. Tremendo error vivir así. No solo porque es muy tonto e ingenuo de mi parte, sino porque es tremendamente pesado y agotador.


Después de esa charla empecé a pensar qué pasaría si me fuera al otro extremo, si todo me importara nada. Si no tuviera causas que me movieran, si justo e injusto fueran lo mismo para mi, si alcanzar un objetivo o fracasar tuvieran el mismo valor, si perder o encontrar a alguien valioso me fuera indiferente.

Error. Tremendo error vivir así. No solo porque sería muy tonto e ingenuo de mi parte, sino porque es tremendamente vacío e insípido vivir así.

Hace un tiempo que me di cuenta que no puedo sacarme de encima eso de que la vida me afecta, soy así, va a ir conmigo siempre. La gente me importa, sigo prefiriendo lo profundo a lo superfluo, la alegría al sufrimiento, la amistad, la confianza y las ganas, antes que la apatía, la traición y el desgano. Pero también aprendí que no es conveniente dar todas las peleas, el mundo no se va a caer si dejo de preocuparme, los demás también tienen la fuerza y la sabiduría para solucionar sus propios problemas, y si no... sigue sin ser mi problema. 

La verdad es que más me vale administrar las fuerzas, moderar las expectativas, aprender a lidiar con la frustración y la incertidumbre, batallar con lo propio que ya es bastante, que andar cargando mochilas ajenas. Ojo que no estoy hablando de ser egoístas, ese es un extremo que te lleva directamente a la soledad y la mezquindad. Me refiero a ser justos, buenos, cuidadosos, amorosos y solidarios primero con nosotros mismos.

Así que cada tanto hago mías las palabras de Rhett Butler (Clark Gable) cuando en la escena final de la película Lo que el viento se llevó le dice a su amada Scarlett O'Hara (Vivien Leight): “Francamente querida, me importa un comino.” Palabras más, palabras menos dependiendo del doblaje.


viernes, 9 de octubre de 2015

Aprender del riesgo

Al parecer esto de tomar riesgos es un entrenamiento, siempre cuesta pero cada vez menos. Sigue dando vértigo pero es posible aprender a conocerse lo suficiente como para anticipar esas reacciones mentales, corporales, y actitudinales que intentan protegernos y alejarnos del peligro. Es como que te vas familiarizando con tus propios mecanismos de defensa que se activan automáticamente cada vez que se te ocurre una idea "loca": cambiar, hacer, soltar.

La duda, el miedo, la pereza, el criterio de lo conveniente o rentable, la necesidad de controlar todas las variables. Te trancan, te pesan, te paralizan, te hacen olvidar de lo que en verdad querés, eso que motivó primeramente tu idea loca. ¿Y si pierdo? ¿y si sale mal? ¿y si termino lastimada? ¿y si me doy cuenta que estaba equivocada?

Sí, claro, todo eso puede pasar, o no. Suponete que sucede, que te equivocás, sufrís, te sale mal. ¿Y qué? ¿qué hay con eso? ¿Qué pasa?....NADA. La vida sigue. Duele, sí; te sentís horrible, sí; sentís que fracasaste, sí. Es posible incluso que esos sentimientos se prolonguen en el tiempo y que sea muy difícil sacártelos de encima. Ya lo sé, no estoy tratando de decir esa tontería de "tranquilo, mañana el sol volverá a salir", como si eso hubiera consolado a alguien alguna vez. No soy tan ingenua. De lo que se trata es de aprender varias cosas de la experiencia de arriesgarse.

Primero que nada: arriesgarse no es lo mismo que ser negligente. Sí, muy lindo saltar al vacío, pero tampoco la pavada. Pensar, darle vueltas adentro de uno mismo, chequear qué sentimientos o sensaciones aparecen adentro cuando nos imaginamos haciendo tal cosa, y qué pasa si me imagino no haciéndolo. Si todo en mí grita que es una estupidez, seguramente lo sea. Si todo parece indicar que va a salir mal, seguramente no sea buena idea y va a ser mejor que le busque la vuelta hasta que la idea cierre mejor. Pero si honestamente no tengo dudas de que eso es lo que quiero hacer, entonces debería hacerlo. Al menos por una cuestión de fidelidad con uno mismo.

Segundo: que sea un riesgo asumido con alegría y convicción no asegura la falta de dificultades ni dolores. Si lo que usted quiere es no tener problemas, entonces no se arriesgue. Pero si lo que usted tiene es una causa, una motivación de esas que vale la pena, vaya preparado para la pena. Si lo vale lo vale, esa es una parte de la historia. La otra parte es que puede costar, incluso no funcionar como lo había previsto. Si no está preparado para la pena, entonces no se mienta y admita que no vale tanto.

Tercero: para tomar riesgos hay que ser valiente. Pero valiente no es el que no siente miedo, es el que se muere de miedo y aún así va para adelante. Ese que no tiene casi certezas, tiene mil preguntas, le tiemblan las rodillitas cuando intenta dar un paso, es totalmente consciente de su condición, pero sigue adelante. Como puede, con lo que tiene, pero sigue.

Cuarto: cuando se toma una decisión hay que hacerse cargo. Eso de elegir saltar y después  echarle la culpa a otro no vale. Hacerse cargo es ser responsable y consecuente.

Quinto: es fundamental aprender de lo vivido. Pasar por la experiencia de arriesgarse sin la disposición para aprender es una pérdida de tiempo. La acción o la opción tomada es importante en sí misma, pero lo que la vuelve más valiosa es el significado que para cada uno tiene. Por lo tanto, si el valor es relativo a cómo yo lo significo, entonces tengo la posibilidad de sacarle todo el jugo que quiera. Puedo trascender al salto en sí, reciclando la experiencia como una oportunidad de la cual aprendí. 

Si después de pasar por la experiencia de asumir riesgos usted fue capaz de al menos ir percibiendo e incorporando alguna de estas cosas, le aseguro que para la próxima será más fácil. No se trata de un manual para seguir paso a paso, se trata de un proceso, de ir haciendo experiencia de a poco. El aprendizaje es lo que nos permite volver a atrevernos pero costando un poquito menos.

miércoles, 19 de agosto de 2015

La vida en un vendaval

Estar en esta tierra.

Sentir el dolor ajeno.

Mirar  la cara de un adolescente que en su gesto grita dolor, miedo, esperanza y bondad a la vez.

Es un buen gurí, no hay duda. Pero a veces grita en vez de hablar, pega en vez de abrazar, se calla en vez de llorar.

La vida no le pasó por el costado, desde que nació no la tiene fácil. Me sonríe, me espera en la puerta, me hace chistes, se enoja conmigo porque le pido que se esfuerce. Como si ya no tuviera suficiente.

De repente lo pierdo de vista, se me escapó entre los dedos y yo tenía mil cosas más para decir, juegos para jugar, lecciones que aprender. Pero la verdad es que su vida es un vendaval, donde casi no puede mandar en su propio andar.

Dios sabrá, pienso, y confío que algo bueno pasará.

Nos volvemos a encontrar, ahora desde otro lugar. Descubro que confía en mi, que se acuerda de mi, y me cuenta.

La vida no le dio tregua, siguió batallando, le pegó en la cara más fuerte de lo que yo misma podría soportar. Y justamente no lo soporto, no soporto imaginarme lo que pasó, no soporto ni un poquito el desgarro de perder lo propio, lo amado, la trascendencia, la descendencia.

Y lloro por él, escribo por él, lo quiero abrazar al menos con el corazón.

Descubro entonces que es más fuerte de lo que yo pensaba, es más sabio porque supo aprender, que tiene el alma lastimada y el corazón limpio.

Es bueno, lo sé; es valioso, me lo demuestra; vale la pena, lo creo.

Al principio su vida me llenó de preguntas, escucharlo hoy me dio una certeza:
conocerlo es un regalo.